Anaideia

Cuando una inmobiliaria turbia me llamó roja y payasa

Nos remontamos a la primera semana de junio de 2023. Dani, Marga, Fafa y yo buscábamos piso en Murcia desesperadamente en un largo y tedioso proceso de visitar viviendas y lidiar con rechazos, negativas y los más surrealistas de los requisitos que, para cuatro personas muy precarias como nosotras, se hacían inalcanzables. Contrato fijo, ser funcionarios, tener unos ingresos de 2000 €, fianza de seis meses de alquiler, etcétera, etcétera, etcétera. Sólo nos faltaba que nos exigieran matar un dragón y llevarles su cabeza. En algunos casos nos rechazaban porque no éramos una familia feliz con sanos y alegres retoños. En otros porque éramos pobres. Otras veces porque uno del grupo estaba en proceso de regularizar su situación migrante en España (este caso nos dolió especialmente porque todo apuntaba a que nos quedaríamos la vivienda y en cuanto se enteraron, su actitud cambió y nos rechazaron). En otras ocasions ni siquiera contestaban. Las viviendas que parecían ajustarse a nuestras características, según propietarios e inmobiliarias, eran cuchitriles a los que habían metido un microondas y un sofá cochambroso o, en el mejor de los casos, pisos pensados para estudiantes con escasos muebles viejos que se derrumbaban con solo mirarlos, y encima nos exigían precios que ni la vivienda más lujosa del Barrio de Salamanca en Madrid. En un momento dado incluso pasamos por una bochornosa visita a la OPAU, esa estafa inmobiliaria en la que cobraban un dineral por enseñar pisos que en ocasiones no existían, a gentes humildes. Menos mal que no picamos en su estafa y los mandamos a freír espárragos.

Un día vimos en Idealista un piso en alquiler, por un precio asequible, en el Barrio de La Fama, que parecía habitable y parecía tener un balcón apañaíco. Contacté con la inmobiliaria, llamada Sicilia Propiedades. En su momento el nombre me la repampinfló, pero para el devenir de esta historia, el nombre será gracioso. Quedamos una tarde con el hombre que me atendió para ver el piso. Le pondré el nombre ficticio de Crescencio. La vivienda era antigua, pero eso no nos importaba. Nos la habríamos quedado si no fuera porque tenía humedades por todas partes, porque tenía ventanas que eran casi papel de fumar y que no aislaban del frío ni del sonido estando junto a un estadio de fútbol y la Plaza de Toros en donde se hacen conciertos y fiestas todas las semanas, porque la cocina era de la época de la posguerra, sucia, sin encimera, sin espacio para cocinar y con humedades en la despensa, porque las camas estaban mugrientas, porque el piso estaba hecho un asco y los muebles eran una basura, en fin. Algunos pensaréis que, como pobres ratas que éramos, mucho pedíamos y poco nos conformábamos. Quizá tengáis razón, pero nosotras seguíamos erre que erre, poniendo el limite allá donde la poca dignidad que nos quedaba podía verse comprometida.

La gota que colmó el vaso fue que Crescencio intentó vendernos el piso como la oportunidad de nuestras vidas, teniendo que pagar una fianza de solamente lo equivalente a un mes de alquiler, y lo equivalente a otro mes como honorarios de la inmobiliaria. Ahí sí que torcimos el morro, pues recientemente se había publicado la nueva ley de vivienda que, entre otras cosas, establecía la prohibición a las inmobiliarias de hacer pagar honorarios a los inquilinos.

Nos despedimos educadamente de Crescencio y nos sentamos en la terraza de una cafetería para deliberar y poner en común nuestras impresiones. El piso era una basura, caro para lo que habíamos visto, para esa cocina mugrienta y para todas esas humedades que había por todos lados. En general nos había dado malas vibraciones y encima había que pagar honorarios de la inmobiliaria. Ciertamente, no era nuestra primera opción, ni la segunda ni la tercera. Pero necesitábamos encontrar un piso cuanto antes porque se nos acababa el tiempo en nuestras respectivas viviendas y, además, estábamos absolutamente exhaustas, agotadas, frustradas y sintiendo, cada vez más, que no teníamos derecho a un habitáculo medianamente decente por ser lo que éramos: pobres (y uno migrante). Decidimos dar un poco de margen para responder a Crescencio antes de dejar pasar la oportunidad de nuestra vida, aunque la respuesta casi segura era que no.

Pocos días después, Crescencio me escribió para preguntarme si nos quedábamos el piso. Le respondí, literalmente, con las siguientes palabras: Buenas tardes! En primer lugar, pido disculpas por la tardanza a la hora de responder, no estábamos muy seguros y lo hemos pensado. Finalmente hemos decidido no quedarnos con la vivienda. Por otro lado, no nos pareció bien lo de tener que pagar los honorarios tras establecerse la nueva ley respecto al alquiler. Disculpe las molestias y muchas gracias por todo. Un saludo!. Lo que vino después os sorprenderá...

Creo que fue unas horas después, por la noche. Yo estaba en el bar, haciendo la caja y a punto de irme a casa tras mi jornada laboral. Mientras contaba monedas, me llegaron unas notificaciones que, mirando por el rabillo del ojo, vi que eran de Crescencio. Abrí la conversación y leí: En murcia esa ley del gobierno no está aplicada ya que PP dijo que no se aplicaría esa ley donde gobierne. Por tanto en murcia, no sé aplica. A continuación, escribió: un saludo y no nos volvais a contactar ADIOS. Acto seguido, este último mensaje fue eliminado.

Os juro que me quedé atónita unos segundos. Y entonces respondí: Ya he leído el mensaje antes de que lo borraras / La profesionalidad por delante, claro que sí. No te preocupes, no lo haremos.

Crescencio respondió con un escueto y sentenciante "Rojos".

Os lo juro. Yo estaba flipando, no podía ser verdad. Eran casi las 2 y media de la mañana, estaba a punto de cerrar el bar, y una inmobiliaria me estaba llamando Roja. Empecé a reírme a carcajada limpia. Tan solo me salió responderle lo siguiente: JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJSJAJAJA / Surrealista me parece que una inmobiliaria me esté llamando Roja / Al final les voy a denunciar y todo.

Crescencio siguió en sus trece: Pues eso, rojos / JAJAJAJAJAJAJ / Denuncia, payasa. Le respondí con el emoji que junta los dos deditos pulgar e índice a modo de ok muy bien, y ahí se acabó la conversación. Tuve que volver a hacer la caja. Adjunto al final las dos capturas de pantalla de la conversación en cuestión.

A la mañana siguiente, todavía atónita por el surrealista suceso de la noche anterior, compartí dos capturas de pantalla con la conversación en unas historias, en mi Instagram (sí, en ese momento usaba Instagram y no sabía qué carajo era eso del Fediverso y del Mastodon, no me peguéis). Mi única intención era echarme unas risas. Era lo último que me faltaba por vivir en este proceso de mierda de búsqueda de casa. La adultez es una experiencia que no recomiendo a nadie, le doy cero estrellas. Estaba tan agotada y lo veía tan difícil, que ni siquiera pensé en tomar ninguna acción legal. Sencillamente queríamos encontrar un piso medio decente al que mudarnos con la Trini y que se acabara ese infierno. Por curiosidad, busqué información sobre la inmobiliaria. La ubicación que aparecía en internet era la de un camino en medio del campo, en plena nada murciana, cerca de Puente Tocinos. Eso olía a peste pestosa.

De manera inmediata empecé a recibir un montón de reacciones y mensajes de indignación y apoyo, y empezó a rularse la conversación. Una amiga mía compartió las capturas en su cuenta de Twitter (yo nunca he sido usuaria de esa red social) denunciando lo sucedido, y a las pocas horas mi experiencia se había hecho viral y había llegado a todos los rincones de España. Mis amistades me enseñaban el hilo de Twitter: cientos de mensajes de apoyo y cariño, gente de fuera de Murcia que me ofrecía su casa y que me decía que éramos bienvenidos en su casa con la Trini, etc., etc. Incluso alguien dijo que no se lo creía porque una inmobiliaria no escribe a nadie a las 2 y media de la madrugada. En ese momento, Crescencio estaba en plan "JAJAJA sujétame el cubata". Otros teorizaban sobre el probable estado de embriaguez de Crescencio y sobre cuántas lonchas de cocaína pudo haber esnifado para pensar que era buena idea llamarme roja. Mi conversación de WhatsApp llegó incluso al presidente de FACUA, que declaró que no descartaba tomar acciones legales. Yo estaba a-lu-ci-nan-do.

Al día siguiente o así, recibí una llamada telefónica. Eran de LaSexta, querían hacerme una breve entrevista para insertarla en un reportaje que estaban haciendo sobre el problema de la vivienda. No tuve tiempo para pensarlo, acepté. Por aquel entonces yo estaba estudiando el grado superior de Ilustración de la Escuela de Arte de Murcia, y me tuve que salir al patio en mitad de la clase para la entrevista. Me escribieron un montón de colegas que estaban alucinando porque me habían visto en la tele, incluso el Raúl de Bilbao. Tengo que decir que no me sentí nada cómoda en la entrevista porque omitieron algunas cosas de las que dije y sentí como si yo, en realidad, no les importara un carajo.

Esa misma tarde me llamaron otra vez de LaSexta, esta vez para invitarme al plató de LaSexta Xplica para exponer el caso. Que me pagaban el viaje, me decían. Me agobié muchísimo. Les dije que me lo pensaría y les diría algo cuanto antes. Además de la experiencia con la entrevista anterior, yo detesto los medios de comunicacion hegemónicos que se enriquecen y luchan por la audiencia a costa de las miserias del populacho. Escribí a la chica y le dije que no podía ir, que trabajaba. Me dijo que no fuera a trabajar. Le dije que es muy fácil decir eso cuando no se trabaja en hostelería (en realidad ni siquiera hice el esfuerzo de preguntar en el trabajo) y que además no me sentía cómoda, que me estaba agobiando, que tan solo quería encontrar ya un piso y olvidarme de todo. En parte era verdad. Me dejó en paz. La noticia salió por escrito en algunos medios de comunicación, algunas de ellas todavía se pueden leer. La Opinión de Murcia se inventó que era una pareja que buscaba alquiler en lugar de cuatro pobres ratas precarias, pero el resto de la noticia estaba bien. Os juro que estaba estresadísima, no sabía dónde meterme. Algunas personas pensaréis que tendría que haber aceptado ir al programa blablabla. Pero fui tajante en esto. LaSexta no trataba de ayudarme a mí sino de aumentar sus beneficios con mi experiencia. Y que no me gusta nada la fama, joder.

Un día después o así, mi compañera de piso de entonces, y también amiga, me dijo que un tipo le había contactado por Instagram, diciendo que era el hijo del dueño de la inmobiliaria y pidiéndole mi número de teléfono para averiguar quién era el trabajador que había tenido conmigo esa actitud y tomar las medidas pertinentes. Se me aceleró el corazón. Me cagué de miedo. Le prohibí terminantemente que compartiera con esa persona cualquier información sobre mí. Qué mal rollo. Vaya jodidos mafiosos, el nombre de Sicilia Propiedades les venía que ni pintao. Todo había llegado demasiado lejos y yo no sabía ya dónde meterme.

Finalmente, como todo en esta vida y en estos tiempos de extrema fugacidad mediática, la noticia se pasó al cabo de una semana, todo volvió a la normalidad y yo respiré. Sicilia Propiedades retiró todos sus anuncios de alquileres de las páginas web de compra-venta y alquileres y desapareció, junto con Crescencio, como si nunca hubiesen existido, como si hubiesen sido un sueño extravagante producido en mi cabeza. No hizo falta que tomase ninguna acción legal porque esa empresa mafiosa había recibido su merecido con creces y, además, había desaparecido. Me sentí aliviada de que todo hubiera terminado, y al mismo tiempo me sentí agradecida y arropada por todo el apoyo y el cariño que recibí por parte de tantas personas desconocidas.

Mi comportamiento no fue lo heroico que el gran público, ávido de estética, simbología y ejemplaridad, habría esperado. Probablemente algunos, en mi lugar, habrían exprimido al máximo la experiencia a cambio de unos minutos de fama en las televisiones de los hogares españoles. Pero mi precariedad y mis miserias no son mercancía, no más de lo que ya me es extraída mi fuerza de trabajo. Necesitaba respirar.

Al poco tiempo encontramos el piso en el que vivo actualmente y en el que la Trini vive plácidamente, metiéndose bajo las sábanas en invierno y destruyendo los rollos de papel higiénico para hacerse camitas.

Sicilia Propiedades, esa mafia rara, ya es cosa del pasado y ya no va a insultar, vejar ni estafar a más personas precarias como yo y mis compis. Aunque todo hay que decirlo: que me digan roja no me ofende, todo lo contrario. Roja (más bien tirando a negra) y payasa. A mucha honra. Y una anarquista de mierda.

WhatsApp Image 2025-11-26 at 23.18.06.jpeg

WhatsApp Image 2025-11-26 at 23.18.06(1).jpeg

¿Te apetece suscribirte? jiji
Thoughts? Leave a comment